Soy de las personas que creen que para entender la historia hay que escuchar todas las voces que atestiguaron los acontecimientos. Julio es una de las más destacadas de esas voces y por ello mi admiración y este improvisado testimonio. A Julio lo conocí en el 2009, cuando me fui de la Secretaría de Cultura de la Nación, en aquella época coincidimos en el gusto por el auge de la comunicación 2.0. y empezamos a trabajar juntos en las redes sociales y en este blog. Un par de años después el trabajo concluyó pero la amistad perdura y por ello este retrato de su exquisita personalidad:
En su casa están las fotos de él con
todos los gobernantes de la democracia, en primer plano las fotos de sus hijos
Carmela y Pancho, las cartas que le escribe el Papa Francisco, los dibujos de
Carpani, de Molina Campos y una maciza escultura de hierro, el beso, también de
Carpani que es una joya en el centro de su mesa. En una cómoda cerca de la
ventana del living domina el espacio la cruz de Cristo que se destaca sobre el
resto de objetos que suelen ser recuerdos de sus viajes y afectos. Su casa es
un típico departamento de clase media de Barrio Norte, confortable, luminoso
pero sin lujos excesivos. Por lo general a Julio se lo encuentra preparando el
almuerzo, atendiendo algún llamado de las radios, escuchando música clásica,
leyendo o yendo a algún encuentro. Siempre tiene todos los diarios del día en
la mesa y, por lo general, más de un invitado destacado a almorzar. Él es
cálido, amable, dinámico, enérgico y tiene un sentido del humor inigualable.
Con ese sentido del humor se sienta a conversar con agudeza de aquello que le
interesa: El destino del país. Él y su casa son el retrato vivo del pasado inmediato
de la historia argentina, es un pedazo discursivo crucial para entender los ’70.
Aún no compartiendo su posición su voz sigue siendo fundamental para comprender
a ese enorme sector de la sociedad argentina que en medio del genocidio de
Estado y la “revolución” por las armas le dijeron un NO titánico a esa violencia.
De todos los colores con los que Julio
se presenta yo me quedo con el que ubica la riqueza en la interioridad, el que
distingue perfecto el hiato que existe entre el amor y el dinero, el militante mítico
que se sienta en la mesa de Mirtah y con desparpajo dice: “La otra dimensión del Estado, su contracara, es la concentración de lo privado. Estamos cayendo en una
situación en la cual hay cadena de farmacias, cadena de kioscos, cadena de
bares. Todo se va transformando en cadenas con lo cual la dispersión de la
propiedad se va achicando y una sociedad funciona si el Estado es eficiente y
chico y el capitalismo es disperso. Si es concentrado nos quedamos en una situación
de injusticia. Mientras la ganancia no tenga límites tampoco lo va a tener la
miseria”.
Con ese Julio me quedo. Ese que aunque
estés en las antípodas de su postura de coyuntura te recibe. Ese que te define
la realidad en una línea. Ese de las comparaciones floridas y las metáforas
vibrantes. El militante mítico de las verdades desmesuradas, el creador de aforismos
asombrosos, el poeta lúdico de lo político. Ese que te hace reír a carcajadas y después de la risa… el
diálogo continúa…
Larga Vida a
Julio Bárbaro!!
Valeria Espósito
Buenos Aires, 29 de enero de 2016